El pasado fin de semana tuve la oportunidad de visitar la exposición temporal dedicada al Bosco que ofrece actualmente el Museo del Prado. Si estáis por Madrid, no dejéis de visitarla porque es cojonuda.
Es realmente sorprenderte la energía que desprenden ciertas obras, algunas de ellas de un tamaño gigante, cuando se las tiene delante. Y qué diferente es nuestra perspectiva y nuestra forma de afrontarlas en comparación con la pantalla de un ordenador o un libro. Todos los sentidos se centran en la obra y sus detalles, que en el caso del Bosco son millones, hasta el punto de resultar absolutamente abrumador. De hecho, este aspecto fue el qué más me llamó la atención cuando estaba mirando alguna de sus cuadros. Es tanta la información que aporta que no sabía ni por dónde empezar a mirar. Me sentía en un escenario de ¿Dónde está Wally? pero sin ni siquiera tener un Wally que buscar.
El triunfo de la muerte |
Es realmente sorprenderte la energía que desprenden ciertas obras, algunas de ellas de un tamaño gigante, cuando se las tiene delante. Y qué diferente es nuestra perspectiva y nuestra forma de afrontarlas en comparación con la pantalla de un ordenador o un libro. Todos los sentidos se centran en la obra y sus detalles, que en el caso del Bosco son millones, hasta el punto de resultar absolutamente abrumador. De hecho, este aspecto fue el qué más me llamó la atención cuando estaba mirando alguna de sus cuadros. Es tanta la información que aporta que no sabía ni por dónde empezar a mirar. Me sentía en un escenario de ¿Dónde está Wally? pero sin ni siquiera tener un Wally que buscar.
Tríptico El jadrín de las Delicias - Haz click sobre la imagen para ampliar |
Inevitablemente pensé en ese momento en lo diferente que es el soporte a la hora de afrontar la composición de una obra. Acostumbrado a pensar en términos de cine, donde los planos duran a penas unos segundos, a veces ni eso, y que la lectura del plano tiene que ser prácticamente instantánea, me resultó absolutamente desbordante tanta información por todos sitios. Entonces entiendes que el cuadro no es un plano cinematográfico, que en realidad es una película completa, y que para entender su sentido tienes que dedicarle mucho tiempo observándolo y fijándote en cada detalle. ¡Un gran desafío en la época de la instantaneidad que nos ha tocado vivir! Es el momento de abandonar la visión general del cuadro, donde sólo se distingue un popurrí ilegible, dar dos o tres pasos al frente y pegar la nariz a la pintura para observar con cuidado cada situación que se plantea. Aquí no hay un director ni un montador que estructure la obra en primeros planos, medios o generales. Es el propio espectador el que tiene la libertad y la responsabilidad de buscar la mejor perspectiva en cada momento.
En el tríptico de El jardín de las Delicias (la imagen que muestro arriba) me llamó mucho la atención el panel de la izquierda, el dedicado al Infierno, y concretamente la figura central con este personaje bípedo que se apoya sobre dos barcazas y que a su vez sirve de transporte de un sinfín de personajes y situaciones diferentes. El imaginario del Bosco es un algo impresionante, y no parece tener límite. Este fragmento es sólo una pequeña parte del cuadro, pero ya de por sí resulta un universo en sí mismo.
Un universo en el que podemos seguir profundizando y descubriendo nuevos detalles, como la enigmática mirada del personaje que mira a su espalda.
O los personajes que hay en su interior.
O los que dan vueltas sobre su cabeza.
Todo el tríptico está plagado de enigmáticas situaciones como éstas en las que es el propio espectador es el que tiene que esforzarse por diferenciar unas de otras, escudriñar su significado y relacionarlas entre sí. Un proceso visual completamente opuesto al del cine, en el que el todo se dispone y se planifica para que el mensaje le llegue al espectador exactamente de la manera en que el director quiere que el mensaje sea recibido. Con unos encuadres y un ritmo concreto. Esto es lo que define al cine, y lo que lo diferencia de otras artes visuales como la pintura. Diferentes lenguajes visuales finalmente. Resulta sorprendente como el lenguaje cinematográfico está tan integrado dentro de nuestra cultura que con frecuencia olvidamos que es un lenguaje, y que lo hemos aprendido. Un lenguaje que no siempre fue así y que ha ido evolucionando desde los encuadres fijos y amplios, más parecidos a lo que podría ser el teatro, hasta integrar elementos como el montaje, los diferentes encuadres y la idea del ritmo. Un lenguaje cada vez más complejo que asimilamos como propio porque lo hemos mamado desde pequeños, igual que nuestra lengua materna.
Me resultó inevitable pensar en todo esto mientras observaba los diferentes cuadros de este maravilloso pintor. ¿Qué diferencia el lenguaje pictórico del cinematográfico? ¿De qué forma el montaje y el ritmo afecta a la hora de crear las emociones? ¿Cómo se lee un cuadro? ¿Quién me ayuda a seguir la historia que el pintor narra?! Un montón de dudas, algunas de muy difícil respuesta, y que sin un conocimiento amplio del autor y la obra es imposible interpretar. Quizás es injusto estar en una exposición de pintura y pensar también en cine todo el tiempo, pero imagino que es la deformación profesional y que las comparaciones son inevitables, aunque a veces puedan resultar odiosas.
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