Todos los que hemos estudiado animación hemos escuchado eso de que con muy poco se puede transmitir mucho, y que con un personaje de cuatro palos ya puedes contar una historia. Son muchos lo que se atreven a decirlo, pero muy pocos los que realmente ponen en marcha un proyecto partiendo de la sencillez. Y El niño y el mundo, desde mi punto de vista es un proyecto precioso que parte precisamente de eso, de la sencillez.
El niño y el mundo es una historia de madurez en la que un chico se va en busca de su padre que se ha visto obligado a emigrar en busca de trabajo y futuro para su familia. La historia es cruda y tiene una carga política enorme, y como toda gran historia de denuncia, parte de una premisa sencilla para desembocar en una problemática más compleja, casi insalvable. En este caso la sobreindustrialización y la deshumanización de los trabajadores. Y para ello se sirve de un estilo artístico súper rico y que da un montón de juego a la creatividad. En la película nos podemos encontrar multitud de expresiones artísticas, desde la ilustración pura y dura, hasta colash, neones o la imagen real.
Todo encaja, y además lo hace de forma armónica y coherente. Desde mi punto de vista el estilo visual es el gran punto fuerte de la película, donde la historia casi se me ha convertido en una mera excusa para ver algo, sobre todo, bonito.
El diseño del niño, el personaje principal, es muy sencillo, pero maravillosamente efectivo y cargado de sentido. El diseño amable y con mucho appeal del chico contrasta con el de los adultos, que tienen cierto aspecto calavérico y que es coherente con la cruda visión que la película de la vida adulta.
Un aspecto de la película que me ha gustado mucho es cómo condiciona la narrativa a aspectos puramente expresivos más que al realismo. Por este motivo hay multitud de situaciones donde no se respetan las perspectivas, composición o incluso el raccord; y que simplemente se prima el valor expresivo y descriptivo de la escena sobre todo lo demás.
Toda la narración está al servicio de la función dramática. La fantasía fluye con la narración y el personaje, si se encuentra feliz y fuerte, no tiene ningún problema en navegar sobre una nube, ni de caer en un infinito y desolador vacío cuando se encuentra perdido. En relación a esto me gustó mucho la escena en la que el niño coge el tren para ir en busca de su padre. Esta escena se podría haber representado de una forma realista con el chico cogiendo el tren y alejándose de su casa derramando alguna lágrima. Sin embargo en la película decidieron buscar una solución mucho más emocional y dramática, olvidándose de los cánones del realismo y dejandose llevar por cuestiones puramente expresivas. Primero esa bombilla que se apaga, después el cielo se encapota y se levanta una fuerte ventisca. Una antincipación del duro viaje que está por llegar, que se representa con una secuencia de imágenes un tanto psicodélica en la que se suceden los planos de una forma vertiginosa y angustiante. En ningún momento hemos visto que el niño coja el tren, pero sin embargo entendemos perfectamente la acción y la angustia que está padeciendo al adentrarse en un mundo desconocido, lejos de la seguridad de su hogar.
La película está cargada de este tipo de situaciones, que son bonitas de ver y de analizar porque no son muy habituales dentro del mercado comercial de la animación. Así que realmente os recomiendo echar un par de horitas en ver El niño y el mundo, porque incluso si la historia no os terminara de convencer, vuestos sentidos, y especialmente la vista, seguro que se llevan un buen rato.
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